Hartitis perruna
Lo confieso. Ya no puedo callarlo más. Sufro de hartitis perruna. Sé que no es políticamente correcto pero, qué voy a decir. Me pasa. Y mucho, la verdad, mucho. Cada vez que salgo a la calle acabo hasta la coronilla, el ombligo y más allá de ver meados y defecaciones perrunas.
Si los hombres y mujeres no usamos la calle como orinal -exceptuando a indomesticados y borrachuzos, claro está-, ningún animal debería ganarnos en licencias ni privilegios. Y conste que adoro a los perros y los adoro desde mi niñez. Pero una cosa es que rieguen y abonen campos y chalés, y otra muy distinta las calles de nuestros sufridos pueblos y ciudades.
Al menos, algunos dueños actúan de esmerados recogedores con sus bolsitas de mano. Sobre todo, en las ciudades donde se ponen multas a los que no ejercen. Pero hay rastros que no desaparecen y, mal que me pese, no he visto a ninguno convenientemente equipado con un botecito de Don Limpio.
Pues se acabó, oigan, a reeducarse se ha dicho. Que los perros hagan «sus cosas”, en casa. Como los gatos. Y si salen a pasear que salgan, ancha es Castilla, pero sin dejar rastro ni huella. Limpitos y civilizados como los que más. ¿Hace?
Y si no, políticos y señores varios que tengan potestad: hagan YA barrios libres de perros. Me gustaría poder llegar a casa y decir de qué color era el cielo, y no andar haciendo slalom por las calles, que algunos no tenemos madera –ni siquiera astillas- de olímpicos, y lo de ser deportistas callejeros viene a ser todo un incordio y un suplicio.
@annamurillo
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